Estás sentada en el alto taburete de coral Ante tu espejo siempre en su cuarto creciente Dos dedos sobre el ala de agua del peine Y a la vez Vuelves de viaje te retrasas la última en la gruta Brillante de relámpagos No me reconoces Estás tendida sobre el lecho te despiertas o duermes Te despiertas donde estuviste dormida o en algún otro lugar Estás desnuda la bola de saúco rebota aún Mil bolas de saúco bordonean encima de ti Tan livianas que a cada instante son ignoradas por ti Tu aliento tu sangre salvados de la loca truhanería del aire Cruzas la calle los coches precipitados hacia ti no son más que su sombra Y la misma
Niña Cogida en el fuelle de lentejuelas Saltas a la cuerda Tiempo suficiente para que asome en lo alto de la escalera invisible La única mariposa verde que frecuente las cimas de Asia Acaricio todo lo que fue tú En todo lo que sigue aún Escucho silbar melodiosamente Tus brazos innumerables Única serpiente en todos los árboles Tus brazos al centro de los cuales gira el cristal de la rosa de los vientos Mi fontana viva de Shiva.
TANTAS ESTRELLAS que nos ofrecen. Yo estaba, cuando te miré -¿cuándo?- fuera en los otros mundos.
Oh esos caminos, galácticos, oh esa hora, que nos preponderó las noches en la carga de nuestros nombres.
No es verdad, lo sé, que viviéramos, sólo pasó ciego un aliento entre el allí, el no-allá y el a veces, como un cometa silbó un ojo hacia aquello extinguido, en las gargantas, allí, donde se entremoría el fulgor, estaba espléndido en tetas el tiempo, en el ya crecía, decrecía y recrecía lo que es o fue o será, yo sé, yo sé y tú sabes, sabíamos no sabíamos, sí estuvimos aquí y no allí,
y a veces, cuando sólo la nada estaba entre nosotros, nos encontramos uno al otro totalmente.
Paul Celan
TE MIRAN
Es intangible tu color extraído de ti vagando en los retazos de tu piel hecha pared, golpeando los días contra las noches, yendo y volviendo desde las sombras a la luz.
Llegas a mí con tus mañanas de agua, de brazos, de muros o de piedra que aún mis pies no han explorado.
Camino todavía rumbo a tu voz inextinguida, recogiendo pedazos de atardecer que organizabas delante de mis ojos, ¡oh majestuoso y devastado país del sueño! Centinelas azules en tus lejanos pasadizos vuelven a puntear mi atribulado corazón danzando entre el verde del adiós, ¿dónde pusiste el color del cristal, la ternura indeleble de los labios, el azorado desfile del tiempo?
Esta noche te yergues ante mí con un silencio tentacular, hoy tengo que leerte en las ramificaciones de cada una de tus heridas, ¡oh madre de todos los días del porvenir!, ¡oh madre incandescente!
domingo 21 de marzo de 2010 martes, 23 de marzo de 2010
Las mañanas de invierno eran limpias. Tan limpias que todo se grababa en ellas. El frío intenso estrechaba a todos los habitantes de aquel pueblo en un mismo abrazo: a la hora de ir a la escuela, (...) El pequeño gesto de amor iba metido dentro de una lata grande de sardinas...